Veinticuatro horas.
Mil cuatrocientos cuarenta minutos.
Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos.
Llega la noche y ves cómo han cambiado tus días.
Cómo has cambiado.
Cómo cambias.
Cómo un beso te resuelve la vida
y un abrazo puede salvarte de un naufragio.
Doy fe.
Cómo lo que estaba deja de importar y lo que no era nada
se convierte en todo,
y más.
Cómo buscando te acabas perdiendo
y al final,
con suerte,
te encuentras en un sitio mejor.
Cómo sobran dedos de una mano,
pero ya no necesitas contar.
Pues importa más el quién que el cuánto.
Quien está, está.
Y eso es suficiente.
Cómo te superas
y te conviertes en superviviente
de un mundo que no es tan cruel,
o sí.
Cómo las caídas te hacen comprender errores
y cómo los errores no tienen por qué hacerte caer,
ni recaer. Sino crecer,
y ser,
algo de lo que fuimos ayer
y un poco de lo que seremos mañana.
Veinticuatro horas.
Mil cuatrocientos cuarenta minutos.
Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos.